Parece que por fin el tiempo ha decidido asentar la
cabeza.
Siempre fui de empezar la casa por el tejado, de
olvidarme lo importante encima de la mesa, de empezar a bailar cuando se
acababa la canción. De decir adiós y quedarme, de llegar y desear irme, de
coger trenes y estar más que nunca en el mismo sitio, de volar con una simple
canción. De mojar los miedos encharcándolos con ron los sábados, de llorar los
domingos, de saber lo que perdía cuando escuchaba el adiós. De decir las cosas
importantes susurrando, de gritar y no decir nada, de acojonarme al verte
llorar, y de aguantar firme cuando venían huracanes. De salir y perder la
cabeza, de perderla también desde la almohada, de ver mi mundo en el suelo, de
esquivar caricias, de rechazar besos de desconocidos, de dormir sola riendo, y
de dormir rota abrazada, de ser arisca como un gato y dulce como un hoyuelo, de
abrazar fuerte y de verdad, de quejarme, de mandar el mundo a la mierda, de
hablar con los ojos, de morder con caricias, de arder al mínimo roce, de
quemarme sintiendo frío.
He llorado sola, acompañada, por dentro, por fuera,
boca arriba, del revés y he reído en todos los colores de miles de ciudades
hasta sentir dolor. Por suerte he manchado de felicidad folios, vidas, caras,
fotos y recuerdos; y no hay nada que me haga más feliz.
Lo he estropeado todo también, he perdido las ganas, me
ha ganado el miedo y no he sabido reencontrarme. Aunque también he sido
valiente, también quise siempre por delante, dejando las cosas libres, soltando
vidas, por si decidían volver.
Me he anclado, he mentido, me he buscado, he maltratado
mi vida, me he echado de menos, he destruido recuerdos, me he autodestruido, he
mirado más allá de las apariencias, me he dejado la vida en las horas y las
horas colgando de cualquier reloj maltrecho. Me he sentido estúpida y a veces
alguien con un poco de eso que llaman talento. Quise siempre ser un amanecer y
resurgir tras las noches amargas. Quise acortar las distancias, mirar a los
miedos a la cara y hacerlos chicos, quise ser un niño con un balón, un fuego
artificial, una pistola descargada, una lengua entrelazada, una conversación
profunda de esas que intentan entender y sanar el mundo, una cerveza en pleno
julio, la sonrisa de una abuela, la carcajada de una madre, una noche de
verano, un verano interminable, un orgasmo, un consejo de una amiga, un te
quiero de una hermana, quise ser vida, vida en estado puro.
Y a veces lo fui, pero sin dejar de ser ola que va y
viene, sin dejar de ser otoño, viento y hojas secas, sin dejar de ser frío
instalándose en la piel, sin dejar de ser primavera gris, aceras, insomnio,
malas caras, grietas, arrugas, decepciones, precipicios, un mañana se verá, un
tal vez, un quizás, un no puedo, un joder, así no puedo seguir, un no vuelvo a
hacerlo, un mañana será otro día (donde otro día nunca llega), una mala
noticia, una portadora de tristeza, unos ojos cansados, una vida apagada en el
cenicero, un cuento sin perdices, una princesa sin el beso final, un polvo sin
orgasmos; un abismo.
Y a mí yo futuro le diría que después de todo ya no me
quedan más cosas por ser, que he probado las despedidas y los encuentros
casuales, que he tocado el fondo para impulsarme hacia arriba, que he peleado
contra mí misma y creo que no hay peor enemigo. Que el reflejo me ha jodido
ilusiones, que siempre me faltó creer en mí pero que siempre tuve claro que es
difícil entenderme, que tengo entramados dentro hasta a los que a mí me cuesta
llegar. Que poca gente me conoce de verdad. Que tengo el corazón jodido,
desacompasado, anestesiado, pero ilusionado por encontrar eso que llaman amor,
preparado esta vez por si viene una casualidad que se atreva a quedarse
conmigo. Que he querido por encima de mis posibilidades, frenando sentimientos,
acelerando finales, desnudándome por fuera pero no por dentro, chocando en
vertical y horizontal contra las paredes de mi jaula. Y no me quedan más
excusas que ponerme. Ya me he autoengañado hasta la saciedad escuchando a esa
vocecilla que me decía “quédate quieta” y así pasando los meses, sin darme
cuenta, me quedé sola en la estación.
Y creo que al fin algo está cambiando. Algo me empuja a
romper las barreras de mi vida. Algo me dice que es ahora y no luego, que tengo
que acabar con el odio amando, que tengo que sonreírle a las mañanas, que tengo
que coger aviones y trenes, que tengo que descubrir la vida y descubrirme, que
no me puedo quedar sin saltar por miedo a caer, que tengo que saber confiar en
mis paracaídas, que tengo que dar más si cabe de mí y llorar menos veces por
semana, que tengo que arreglar mis cuentas pendientes con el pasado, que tengo
que tener clara la dirección prohibida, el camino al que no volver, y el punto
de partida. Que tengo que saber que no
todas las piedras del camino me van a hacer tropezar, que los obstáculos me
hacen fuerte, que no todos los te quiero son de verdad, que las miradas y los
hechos dicen más que las palabras, que no hemos ganado la partida pero que
queda mucho juego aún, que la música tiene que sonar bien alto y no dejar a los
problemas hacer ruido. Que el amor está para hacerlo. Que la vida es esto, un
instante, que se escapa a cada segundo, que cada vez nos queda menos pero que
también menos es más. Por eso voy a quedarme con lo que ha valido la pena y voy
a brindar por todas las noches de rock and roll y bares, por todos los
recuerdos, por los viajes, por las risas, por los sueños cumplidos, por los que
un día me hicieron sentir grande y me dijeron “confía en ti”, por las letras,
por las manos que te acarician cuando te rompes, por las que nunca te dejan
romperte, por quien llora conmigo y por quién cuando lloro me hace reír. Voy a
quedarme con lo que me enseñó a crecer y con los que siguen ahí a pesar de las
tormentas y los baches, porque tengo tesoros perdidos en muchas esquinas del
mundo que sólo quieren verme bien, y sólo por ellos yo quiero volver a reír
como una niña pequeña, volver a encontrar la paz y dejarme llevar.
Y a mi yo futuro que le jodan, que pienso ser feliz,
estuviera o no esto en sus planes.
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