30 de diciembre de 2014

Aunque se destruya, una y otra vez.

Es curioso. Es curioso como todo puede desvanecerse en un segundo. Como todo tu mundo irreal, fantástico y perfecto puede desplomarse así, sin previo aviso. Es curioso como las palabras y los hechos marcan un antes y un después y trastornan el curso de las cosas. Del amor al odio, de la tranquilidad al nerviosismo extremo, del todo a la nada. Cuando esto ocurre, cuando todo se destroza y lo bueno se acaba, uno no sabe dónde meterse. Es como sentir que los trozos de lo que se ha derrumbado te han pillado justo debajo. Se te han venido encima. Y ni siquiera intentas ver si tienes alguna posible salida. Es mejor quedarse ahí abajo. Para que intentar salir si todavía pueden quedar trozos que aún no han caído y que están a punto de caer. Si levantarse del suelo, es exponerse a que la vida te vuelva a tumbar. Mejor quedarse ahí. Entre el montón de escombros. Soñando con que todo estuviera donde antes y echándote la culpa por no haber hecho nada que hubiera podido evitarlo. Pero a veces no se evita. A veces las cosas llegan sin más, quien sabe por qué. Pasa con las enfermedades, con los accidentes, con la lotería. Son casualidades que marcan nuestras vidas irremediablemente y con las que, queramos o no, tenemos que aprender a vivir. Como quien lleva una carga que no impide del todo avanzar. Pero es vivir a medias. Es despertarse una mañana y echar de menos todo lo que tenías antes, lo que se quedó en ninguna parte, quien sabe por qué. Todo lo que un día, sin más, se fue. Y pensaste que podrías, que al fin y al cabo uno se acostumbra a seguir sea cual sea el camino y las personas que lo continúan. Pero, si echas la vista atrás, te das cuenta de que todo ha cambiado y de que no.  De que nunca lo entendiste. De que en realidad,  nunca te acostumbraste a que tu cuento de hadas se hubiese hecho añicos. Porque uno no puede acostumbrarse nunca a vivir sin sueños, uno no puede ser feliz sin soñar, sin creer. Sin esperar que algún día, venga otra de esas casualidades a devolvernos todo lo que un día se llevó. Porque uno no puede acostumbrarse al vacío y ser. Es imposible. Y hoy, aquí. Entre mis escombros. Me doy cuenta de que el origen de todos mis problemas, son los sueños que se quedaron ahí, cubiertos de polvo. Los sueños por los que no me atreví a luchar y los que yo misma maté, por miedo a no poder cumplirlos. Hoy me doy cuenta que arrastrar una carga no impide caminar, pero si disfrutar de la vida como lo hace la gente. Porque hay que dejar ir. Hay que desatar todo lo que está atado dentro. Todos los nudos que se nos atragantaron todas esas veces que tragamos saliva y dijimos. “Yo puedo.”Hay que salir de debajo de los escombros. Porque ahí solo quedan heridas y rotos. Ya no queda nada que se pueda aprovechar. Y quedarte entre los añicos de tu cuento es limitarte a vivir sin sueños. Es limitarte a vivir en un pasado que ya no es hoy. Y por mucho que te aferres a él. No está. Se ha ido. Ahí debajo ya sólo quedas tú y tus recuerdos. No tengo solución posible para evitar que lleguen todas esas casualidades que sin querer un día llegan. Pero si algo me consuela. Es que aún tengo manos, para poder escribir un nuevo cuento. Aunque éste se destruya, una y otra vez. 

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