Eras el mago que no necesitaba
trucos para sacarme la sonrisa. Eras la calma que seguía a la tormenta. Y
vendaval que arrasaba con todo. Eras el verbo con el que yo conjugaba mi futuro
perfecto. Eras la noche más bonita del mundo.
Éramos planeta.
La ecuación perfecta en la que no
había más incógnitas que desnudarte, para apreciar así la belleza de tu alma
ronca y rota de tanta bala. Éramos fuertes, como quien sabe que cuenta con el
abrigo de unas manos que no se dan por vencidas.
Éramos tiempo.
La sinfonía de momentos repletos
de luz. La libertad del nómada que ha dejado de ir corriendo para empezar a
caminar, porque ya no necesita llegar a ninguna parte. La valentía de quien se
deja la piel aun a riesgo de perder.
Éramos fuego.
La llama de quien tiene en el
corazón tanto hielo, que termina abrasando. La elegancia de aquellos que se
destrozan la boca en cualquier calle y acaban fundiendo los plomos de toda una
ciudad. De tanto quererse.
Éramos tanto que desperté del
sueño.
Y ya no estabas.
Y entonces empecé a ser yo la
incógnita que no encuentra lugar ni corazón en el que despejarse. Empecé a ser
la llama de un recuerdo que no se dejaba apagar. La nómada que no dejaba de huir
porque no sabía a dónde ir sin ti.
Con el paso de los días llegó la
oscuridad
Y no nos volvimos a querer.
Fuimos las ganas de los que
pueden y no quieren
Y aun a riesgo de perder
Arriesgué como el ludópata que apuesta
su última moneda.
Y al final salió caro el olvidó
Fui yo, quien terminó perdiendo
Por los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario